
UN CUENTO PARA DORMIR
Les voy a contar un cuento
de pan y sarmiento
de esos que se contaban antes
en las cocinas de hierro
donde las abuelas se sentaban
y miraban a los nietos
y cuando todos se callaban
empezaban con su cuento.
Esto era una vez un señor
que vivía en un castillo
y siempre que salía el sol
él se quedaba dormido.
(Como yo)
Y un día, de noche,
se asomó a la ventana,
y a una flor cercana
vió
y la dijo: hola,
y la flor le miró,
y el hombre la preguntó:
¿estás sola?
Lo estaba,
pero al verle a usted,
ya no.
Ah,
contestó el hombre.
Jajaja,
sonrió la flor.
¿Y a qué te dedicas?
preguntó él.
Soy princesita,
dijo ella.
Ah, ¿si?
Si.
¿Y la corona?
En mi cabeza.
¿Y el traje de encaje de perlas?
El rocío que en mi tallo se queda,
¿no lo ve?
¡Pues vaya una princesa!
¿Y usted?
¿Yo?
Si, ¿quién si no?,
que yo sepa
aquí solo somos dos.
Jajaja, vaya con la florecita.
Princesa, no se le olvide.
Bueno, bueno, Princesa.
Venga, responda.
Bueno, pues yo soy poeta.
¿Poeta? Jajajaja
¿De qué te ríes?
¡No me digas! Jajajaj
Pues si, grrrrr.
Ay, no se enfade, señor.
Grrrrrr.
Por favor, no se enfade.
Bueno,
pero si te vas a reír de mí,
cierro la ventana,
me voy a la cama,
y adiós.
No, no, no.
Bueeeno.
Y el hombre se quedó prendado
de hablar con una florecita
que era la princesita
más bonita que en su precioso jardín nació.
La flor desde su pedestal de ramitas
aparecía todas las noches
y el hombre, todas las noches,
abría la ventana y la veía
y la contaba lo que se le ocurría,
y ella, desde su trono de hojas, le oía,
y hablaban,
y contestaban,
y se miraban,
y se reían,
y ella cada noche de cada día soñaba
y él cada día de cada noche más la quería,
hasta que un día, el poeta,
rodeó su talle,
olió su aroma,
besó su corola,
y entendió la belleza y la pasión
que se encierran en las pequeñas cosas.
Desde entonces hasta ahora,
los poetas como las flores,
adornan nuestro planeta.
A veces, tristes,
a veces, alegres,
a veces, lunáticos soñadores,
a veces, hermosas flores
que al que escucha entre las sombras
regalan su corazón.
COMUNERO