sábado, 25 de junio de 2011

... de TRAVESURAS DE LA NIÑA MALA (de Mario Vargas Llosa)



I. Las chilenitas



Aquél fue un verano fabuloso. Vino Pérez Prado con su orquesta de doce profesores a animar los bailes de Carnavales del Club Terrazas de Miraflores y del Lawn Tenis de Lima, se organizó un campeonato nacional de mambo en la Plaza de Acho que fue un gran éxito pese a la amenaza del Cardenal Juan Gualberto Guevara, arzobispo de Lima, de excomulgar a todas las parejas participantes, y mi barrio, el Barrio Alegre de las calles miraflorinas de Diego Ferré, Juan Fanning y Colón, disputó unas olimpiadas de fulbito, ciclismo, atletismo y natación con el barrio de la calle San Martín, que, por supuesto, ganamos.

Ocurrieron cosas extraordinarias en aquel verano de 1950. Cojinoba Lañas le cayó por primera vez a una chica -la pelirroja Seminauel- y ésta, ante la sorpresa de todo Miraflores, le dijo que sí. Cojinoba se olvidó de su cojera y andaba desde entonces por las calles sacando pecho como un Charles Atlas. Tico Tiravante rompió con Ilse y le cayó a Laurita, Víctor Ojeda le cayó a Ilse y rompió con Inge, Juan Barreto le cayó a Inge y rompió con Ilse. Hubo tal recomposición sentimental en el barrio que andábamos aturdidos, los enamoramientos se deshacían y rehacían y al salir de las fiestas de los sábados las parejas no siempre eran las mismas que entraron. "¡Qué relajo!", se escandalizaba mi tía Alberta, con quien yo vivía desde la muerte de mis padres.

Las olas de los baños de Miraflores rompían dos veces, allá a los lejos, la primera a doscientos metros de la playa, y hasta allí íbamos a bajarlas a pecho los valientes, y nos hacíamos arrastrar unos cien metros, hasta donde las olas morían sólo para reconstituirse en airosos tumbos y romper de nuevo, en una segunda reventazón que nos deslizaba a los corredores de olas hasta las piedrecitas de la playa.

Aquel verano extraordinario, en las fiestas de Miraflores todo el mundo dejó de bailar valses, corridos, blues, boleros y huarachas, porque el mambo arrasó. El mambo, un terremoto que tuvo moviéndose, saltando, brincando, haciendo figuras, a todas las parejas infantiles, adolescentes y maduras en las fiestas del barrio. Y seguramente lo mismo ocurría fuera de Miraflores, más allá del mundo y de la vida, en Lince, Breña, Chorrillos, o los todavía más exóticos barrios de La Victoria, el centro de Lima, el Rímac y el Porvenir, que nosotros, los miraflorinos, no habíamos pisado ni pensábamos tener que pisar jamás.

Y así como de los valsecitos y las huarachas, las sambas y las polcas habíamos pasado al mambo, pasamos también de los patines y los patinetes a la bicicleta, y algunos, Tato Monje y Tony Espejo por ejemplo, a la moto, e incluso uno o dos al automóvil, como el grandulón del barrio, Luchín, que le robaba a veces el Chevrolet convertible a su papá y nos llevaba a dar una vuelta por los malecones, desde el Terrazas hasta la quebrada de Armendáriz, a cien por hora.

Pero el hecho más notable de aquel verano fue la llegada a Miraflores, desde Chile, su lejanísimo país, de dos hermanas cuya presencia llamativa y su inconfundible manerita de hablar, rapidito, comiéndose las últimas sílabas de las palabras y rematando las frases con una aspirada exclamación que sonaba como un "pué", nos pusieron de vuelta y media a todos los miraflorinos que acabábamos de mudar el pantalón corto por el largo. Y, a mí, más que a los otros.


...



*Hoy he empezado a leer esta novela recomendada por mi amiga CECY. Por ahora el comienzo no está mal, sobretodo el último párrafo me ha recordado a su singular forma de hablar, que, aquí, Vargas Llosa acierta al describir, jaja. Un abrazote.

Ya veremos cómo acaba.

¡¡¡COMENZAMOS!!!

miércoles, 22 de junio de 2011

BASTANTETENGOCONLOMÍO




BASTANTETENGOCONLOMÍO

Una vez
fuiste una rosa
primorosa como la mañana
tan alegre como la gaseosa
tan chispeante como el champán
tan ocurrente como la suerte
que por mucho que lo intentes
siempre es ella la que te viene a buscar
y tu eras así.
Para mí
el tesoro pirata,
la reina del mar,
la caracola escondida
que me cantaba al oído
tarareando sonidos
de sirenas guapísimas
y colas de pez.
Y te fuiste alejando,
seguiste un camino,
tu destino y el mío
se despidieron
sin dejar un remite,
ni una firma,
ni una caricia,
ni un "acusederecibo".
En fin,
c'est la vie.
Nos hacemos mayores,
el cansancio agota,
las repeticiones,
los "nomeolvides"
los "noteolvido"
los malhumores,
los sinsabores,
aquellos contrasentidos,
los "losientos"
los "veteacascarlacariño"
todos acaban con
HASTA NUNCA
"yanoquierosufrirmás"
"bastantetengoconlomío".

COMUNERO

domingo, 19 de junio de 2011

PARKINSON (Para una amiga que me lo pidió)





PARKINSON

¿Quién soy yo
para hablar
de enfermedad
cuando todo lo que tengo
y todo lo que creo
me hace imaginar
cosas bellas?
¿Quién
quien
quién?
Dímelo.

Unos temblores
corren por todo mi cuerpo
y sin querer
te contesto.
No sé si lo haré bien
o lo haré fatal.

Miles de nervios,
miles de mariposas
se encargan de poner rosas
en las espinas que siento
y subo y bajo escaleras
ayudado por un recuerdo
que antes, de niño
lo realizaba de prisa,
contento.

Miro al suelo,
observando cada movimiento,
los granos de arena,
las hormigas,
mi sombra burlona
llevándome de las manos
sin tocarme,
a un centímetro
me dice:
VEN, VAMOS, ABUELO.

Y yo quiero atraparla,
y los ojos me lloran,
y el aire se me escapa
y todo se emborrona.
La pastilla de la mañana,
la comida en la cuchara,
no tengo fuerzas
pero lo intento.

Dame el brazo,
no te separes,
caminemos un rato,
conversemos.
Abrázame como sabes.
Dame un beso en el moflete
aunque tiemble piensa
que tu fuerza, tus ansias,
tus ganas de seguir
me hacen vivir,
me hacen soñar,
me hacen sentir.

No sé si lo haré mal o bien,
perdón, por favor,
y no te enfades,
aunque me veas así
si estoy temblando por dentro.

COMUNERO

lunes, 13 de junio de 2011

... de EL SANADOR DE CABALLOS (Gonzalo Giner)



* * *



Hasta que empezó la celebración, Diego se distrajo observando al público más cercano. A su lado tenía dos campesinos desdentados, de caras arrugadas como una pasa, y feos como jamás había conocido a nadie, que no paraban de reírse. Nadie sabía por qué, pero lo hacían con tanta gana que acabó contagiando a todos los de su alrededor. Y así, él, como uno más, entre bocanadas de aire y atragantado de risa, la vio aparecer.

Su rostro se escondía bajo un velo azul y caminaba del brazo de su madre, en procesión detrás del joven señor de Albarracín.

Gritó su nombre, pero la voz quedó ahogada en el intenso vocerío. Probó agitando las manos para atraerse su atención, pero tampoco así consiguió nada. Tan sólo cien palmos le separaban del lugar de la ceremonia y quiso ganar terreno en aquella dirección. La gente se lo impedía; unos protestaban, otros le empujaban zarandeándole de un lado a otro, pero a pesar de todo consiguió una buena posición, distinta a la pretendida, pero cercana al camino por donde había pasado la comitiva y volvería a hacerlo después. Y allí se quedó, parapetado tras una valla de madera, en primera fila, algo más lejos del estrado, pero con buena visibilidad del mismo.

-¡Qué bonita es doña Mencía!- El comentario partió de una anciana a su lado.

Él la observó ensimismado. Realmente era preciosa, tanto que parecía una quimera pretender su corazón. Llevaba dos trenzas rubias y un vestido de terciopelo azul, del mismo color de sus ojos, y además se la veía feliz.

Envidió al aire que la envolvía, a todo aquel que la saludaba, hasta los pájaros que tenía posados cerca del templete, pues ellos podían estar más cerca.

El arzobispo, junto a sus diáconos y varios monjes más, llegaron los últimos al estrado y de inmediato se inició la ceremonia. el celebrante entonó un canto en latín y después una letanía de oraciones que Diego no escuchó bien. Su atención sólo estaba dirigida al rostro de su dama, a sus ojos.

Pretendía hacerse notar cuando ella se volviese hacia el público, pero por desgracia sólo parecía prestar atención al celebrante. Y sin embargo, aunque tuvo que pasar bastante tiempo, al final sucedió. Al girarse, entre la multitud, le vio, asombrada primero, sonriente después cuando pudo devolverle el saludo.

Se dirigió a su madre señalándole su presencia. Diego vio que doña Teresa le respondía al oído. Parecía que la reñía por estar distraída. Mencía sólo le miró una vez más, pero lo hizo con una limpia sonrisa en su boca. Después adoptó una devota postura, bajó la cabeza y continuó atenta a la ceremonia.

Diego esperaba con ansiedad que el acto terminara. Llevaba en su bolsillo la nota que Mencía le había dejado en Olite. Sobre ella, Diego había escrito su dirección para que pudiera localizarle. Trataría de dársela cuando ella pasara a su lado.

Al finalizar la bendición, el arzobispo entonó el tedeum y como una sola voz todos los allí presentes le siguieron con emoción y solemnidad. Luego abandonaron la tarima y empezaron a desfilar bajando por la calle donde estaba Diego.

Mencía cambió de posición dentro de la comitiva para pasar más cerca de él. Iban despacio, demasiado despacio para su paciencia. Ella no dejaba de mirarle, muy risueña. También lo hacía doña Teresa a su lado.

-¡Diego! Nunca creí que vendríais.

-Cómo iba a rechazar esa invitación...

Diego era consciente del poco tiempo de que disponía. Se estiró para besale la mano y de paso dejarle aquella nota de papel. Ella la recibió y la leyó con rapidez. Luego se la coló entre el fajín de su vestido.

-Iré a veros.

Diego escuchó aquello y a punto estuvo de explotar de emoción.

Cuando se despejaron las calles, se dirigió a su vivienda para recoger a Sabba y dar un largo paseo fuera de sus murallas.

Galoparon contra el viento, en la soledad de aquellos páramos. Diego no dejaba de hablar. Le contaba lo sucedido con Mencía, y el animal escuchaba.

Necesitaba compartir su felicidad.

Se llenó los pulmones de aquel aire fresco y respiró feliz. Sabba hizo lo mismo.

Amaba a Mencía.


domingo, 12 de junio de 2011

6 CENTÍMETROS (remix)




6 CENTÍMETROS (remix)

Bajo la mirada de palabras y caricias,
como de la nada, escondida,
entre los sueños y las ganas
una vida aletargada se despierta.
Comienza a tomar forma, a llenarse
de cuerpo, de sangre, de alma,
a buscar entre las sábanas
el resto de tu saliva, tibia, templada,
esperando, estudiando, sopesando,
describiendo el refugio que le aguarda
incapaz de huír, de marcharse y no encontrar
la respuesta que le dan tus labios.
Mi alma corre en tu busca, la tuya
me espera tranquila, tumbada, desnuda.
Y mis manos son tus manos,
y las tuyas son las mías.
Son seis, seis centímetros de nada,
que pasan a ser siete, ocho, diez, doce, quince...
Como una antena de radio.
Como un tapón que se encaja, succionado
sin dejar escapar, ni salir, ni desperdiciar
ni una gota, ni un beso, ni una lágrima.
Son centímetros de risa, de ilusión y fantasía,
de vida, como el cordón umbilical que se aferra sin soltar
a tus entrañas de mujer, concediendo a tus desvelos
entre sueños los deseos, mis tormentos,
mis torturas, mis abrazos, mi dulzura,
mi amiga entre costuras, mi estrella, mi hada,
la voz que me susurra entre las sombras.
La que convierte seis centímetros en su varita mágica.


COMUNERO

sábado, 4 de junio de 2011

TU CERCANÍA



TU CERCANÍA


Un saludo,
unas palabras,
una pregunta
que se me olvidaba.
El ansiado abrazo,
el beso,
el contacto,
la caricia de las manos.
Las miradas,
los tequieros,
el vaho del aliento
cuando respiramos.
Una carta,
un poema,
el corazón y el alma
escribiendo cada letra.
La vida,
un paso,
tropezones y caídas,
volvemos a levantarnos.
Un suspiro,
un recuerdo,
el futuro tan incierto
que a veces ya lo esperamos.
El agua,
la lluvia,
el sol que calienta y alumbra
los campos,
la tierra,
esa flor que te perfuma
el pelo,
el cuerpo,
el rastro que vas dejando
en el mar y en el camino de mi sendero.
Tu lejanía,
tu cercanía,
visiones de un capricho
contando en una margarita
los pétalos.

COMUNERO

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