RIOS

RIOS

Hubo un tiempo
que en el suelo
la gente que paseábamos
íbamos sembrando cuentos.
Eran historias nuestras
de la vida y de los sueños
de ocurrencias tan atadas
a nuestras vidas
a nuestros deseos
que casi casi nos las creímos
y muchas veces las contábamos
como si fueran ciertas.
Una cosa era la realidad
y otra, distinta,
la que queríamos que fuera.
Una cosa eran tus palabras
y otra las letras.
Unas letras que adornabas
con pensamientos
que te dibujaban
cristales medio-empañados,
con caras de seres amados,
con sonrisas y con lágrimas.
Con cenas en un restaurante
a media luz, en la penumbra.
Al calor de unas velas enjutas
que respondían en silencio
a nuestras promesas con burbujas.
Como ríos que aparecen
gota a gota, entre las rocas,
y se van llenando más,
y más y más,
y empiezan a concentrarse
en torrentes más salvajes,
más cretinos,
como esos remolinos
que buscan su destino
bajando alguna que otra cuesta.
Y ya dejan de ser anónimos.
Todo el mundo los conoce.
Le apropian con un distinguido nombre
como a ti, como a mí, como a todos,
formando un cauce, un camino,
una senda hacia el infinito,
bordeando los entresijos
que se puedan encontrar.
Así tu y así yo,
así fue como nos conocimos.
Tu distante, infinita,
envuelta en perfumes y cintas.
Yo temeroso de pisar
donde la tierra se agita
rompiendo a dentelladas
muros, rocas, montañas,...
las noches y los días.
Para acabar junto a tí,
en un río que no para y que se marcha,
que se separa y se unifica
para volver con más ganas
a llenarse.

COMUNERO