lunes, 13 de junio de 2011

... de EL SANADOR DE CABALLOS (Gonzalo Giner)



* * *



Hasta que empezó la celebración, Diego se distrajo observando al público más cercano. A su lado tenía dos campesinos desdentados, de caras arrugadas como una pasa, y feos como jamás había conocido a nadie, que no paraban de reírse. Nadie sabía por qué, pero lo hacían con tanta gana que acabó contagiando a todos los de su alrededor. Y así, él, como uno más, entre bocanadas de aire y atragantado de risa, la vio aparecer.

Su rostro se escondía bajo un velo azul y caminaba del brazo de su madre, en procesión detrás del joven señor de Albarracín.

Gritó su nombre, pero la voz quedó ahogada en el intenso vocerío. Probó agitando las manos para atraerse su atención, pero tampoco así consiguió nada. Tan sólo cien palmos le separaban del lugar de la ceremonia y quiso ganar terreno en aquella dirección. La gente se lo impedía; unos protestaban, otros le empujaban zarandeándole de un lado a otro, pero a pesar de todo consiguió una buena posición, distinta a la pretendida, pero cercana al camino por donde había pasado la comitiva y volvería a hacerlo después. Y allí se quedó, parapetado tras una valla de madera, en primera fila, algo más lejos del estrado, pero con buena visibilidad del mismo.

-¡Qué bonita es doña Mencía!- El comentario partió de una anciana a su lado.

Él la observó ensimismado. Realmente era preciosa, tanto que parecía una quimera pretender su corazón. Llevaba dos trenzas rubias y un vestido de terciopelo azul, del mismo color de sus ojos, y además se la veía feliz.

Envidió al aire que la envolvía, a todo aquel que la saludaba, hasta los pájaros que tenía posados cerca del templete, pues ellos podían estar más cerca.

El arzobispo, junto a sus diáconos y varios monjes más, llegaron los últimos al estrado y de inmediato se inició la ceremonia. el celebrante entonó un canto en latín y después una letanía de oraciones que Diego no escuchó bien. Su atención sólo estaba dirigida al rostro de su dama, a sus ojos.

Pretendía hacerse notar cuando ella se volviese hacia el público, pero por desgracia sólo parecía prestar atención al celebrante. Y sin embargo, aunque tuvo que pasar bastante tiempo, al final sucedió. Al girarse, entre la multitud, le vio, asombrada primero, sonriente después cuando pudo devolverle el saludo.

Se dirigió a su madre señalándole su presencia. Diego vio que doña Teresa le respondía al oído. Parecía que la reñía por estar distraída. Mencía sólo le miró una vez más, pero lo hizo con una limpia sonrisa en su boca. Después adoptó una devota postura, bajó la cabeza y continuó atenta a la ceremonia.

Diego esperaba con ansiedad que el acto terminara. Llevaba en su bolsillo la nota que Mencía le había dejado en Olite. Sobre ella, Diego había escrito su dirección para que pudiera localizarle. Trataría de dársela cuando ella pasara a su lado.

Al finalizar la bendición, el arzobispo entonó el tedeum y como una sola voz todos los allí presentes le siguieron con emoción y solemnidad. Luego abandonaron la tarima y empezaron a desfilar bajando por la calle donde estaba Diego.

Mencía cambió de posición dentro de la comitiva para pasar más cerca de él. Iban despacio, demasiado despacio para su paciencia. Ella no dejaba de mirarle, muy risueña. También lo hacía doña Teresa a su lado.

-¡Diego! Nunca creí que vendríais.

-Cómo iba a rechazar esa invitación...

Diego era consciente del poco tiempo de que disponía. Se estiró para besale la mano y de paso dejarle aquella nota de papel. Ella la recibió y la leyó con rapidez. Luego se la coló entre el fajín de su vestido.

-Iré a veros.

Diego escuchó aquello y a punto estuvo de explotar de emoción.

Cuando se despejaron las calles, se dirigió a su vivienda para recoger a Sabba y dar un largo paseo fuera de sus murallas.

Galoparon contra el viento, en la soledad de aquellos páramos. Diego no dejaba de hablar. Le contaba lo sucedido con Mencía, y el animal escuchaba.

Necesitaba compartir su felicidad.

Se llenó los pulmones de aquel aire fresco y respiró feliz. Sabba hizo lo mismo.

Amaba a Mencía.


1 comentario:

TIBISAY dijo...

Muy bueno de verdad me gusto, jajaja con lo que me gustan los caballos.

gracias comu por ponerlo

Un abrazoteeee

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